It's dangerous to go alone, take this
Publicado por Jose Manuel Moldes el 04/03/2024
Hace dos semanas, fue el 38º aniversario del primer The Legend of Zelda, y ya que Nintendo no tuvo a bien hacer la más mínima celebración, y como en esta casa vive un Zeldero de pura cepa, me gustaría hablar no de su primera entrega (se podría hablar mucho sobre él, pero me avergüenza reconocer que solo lo he jugado una vez...), si no de la primera entrega en 3D, la que tiene guardado un espacio en mi corazón.
Ocarina of Time fue un juego revolucionario, como poco antes lo fue Super Mario 64. El paso a las 3D de las aventuras de Link nos trajo además mecánicas que sentaron una base que usaron otros muchos, como el Z-targeting, el sistema de fijación de objetivos que venía a paliar la falta de una manera de controlar la cámara libremente con el mando (Esto lo “arreglarían” en el remaster de 3DS de 2011).
En lo personal, fue un juego que marcó totalmente mi infancia con una relación amor-odio, ya que originalmente venía en inglés y como buen infante español, no entendía absolutamente nada de la lengua Shakespeare, y poco a poco, gracias a mi hermano mayor que me iba traduciendo, fui aprendiendo tanto el idioma como la historia del juego.
Pero aun así, los inicios en el Bosque Kokiri no fueron fáciles, porque cuando me regalaron el juego yo tendría unos 8 o 9 años, y también tengo que reconocer que era muy asustadizo, tanto que cuando vi la cinemática inicial, tuve pesadillas toda la noche...Y eso en los pocos momento que pude dormir. Pero una vez superado el miedo a ver a Ganondorf por primera vez y a ser obligado a madrugar por culpa de una hada pesada, la cosa no mejoró por culpa de la barrera del idioma y a la falta de costumbre con la mecánicas jugables y las propias de los enemigos (Venía de Super Mario 64 que era mucho más simple en ese aspecto).
Pero sin embargo, poco a poco, a base de insistir, a ir aprendiendo el idioma y a que tenía un primo mayor que yo que ya se había pasado el juego y me fue ayudando de vez en cuando, el juego fue cogiendo forma para mí, un sentido, y a pesar de que no era el que el juego quería que aprendiese, ya que muchos puzles no los entendía y acabé llegando a zonas y pasándome templos a los que no podría haber llegado por la falta de ítems que tendría que haber conseguido previamente, me fui empapando de sus ciudades (Pasear por el Mercado de Hyrule era ya como andar por la plaza de mi pueblo, me la conocía como la palma de mi mano y estar en ella era como esta en casa) y sus personajes y sus particularidades (Como olvidar a Talon el hombre que se dormía en todos lados), y al mismo tiempo era una aventura épica a los ojos de un niño que descubrió la posibilidad de ser el héroe del tiempo y hacer cosas increíbles como salvar a una princesa del interior de un pez enorme, saltar con tu caballo un puente destrozado para llegar al otro lado, cruzar un desierto en medio de una tormenta de arena o incluso hacerse mayor en un suspiro.
Como os digo, era un juego mágico para mí, pero lo fue aún más cuando aprendí a jugarlo, cuando empecé a entender todo lo que me quería transmitir, cuando empecé a conocer a sus personajes y sus motivaciones, de donde venían las acciones que realizaban, en ese momento se convirtió en mi juego favorito y a día de hoy, más de 20 años después sigo volviendo a él cada cierto tiempo, no en mi vieja Nintendo 64, pero si en mi 3DS para volver a sentir aquel cosquilleo en el estómago cuando suenan los primeros acordes a piano y se empieza a escuchar el galope de Epona en la pantalla de título, porque sí, a día de hoy y habiendo escuchado la canción cientos de veces (Literalmente) se me sigue erizando el bello.
Ponía Sergio en las curiosidades sobre mí en la primera o segunda vez que acudí a Palabra de Friki, decía que Ocarina of Time es el juego que más veces me he pasado en mi vida. Tantas veces lo he hecho que era capaz de empezarlo por la mañana y tenerlo terminado a la noche en jornadas maratonianas, pero que para mí eran como minutos, porque realmente lo disfrutaba.
Amaba recorrer la Campiña de Hyrule, visitar Kakariko, liberar a Epona de Ingo con su espectacular huida saltando por el muro y aterrizando en fuera (estoy reviviendo ese momento ahora como si lo estuviese jugando) e incluso vendedor de judías mágicas, que era un usurero. Porque para mí eso es Ocarina of Time, su mundo y sobre todo sus personajes, los que vas conociendo a lo largo de tu aventura tanto de niño como de adulto y así te lo hace lo hace saber sus títulos de crédito, donde ves a todas esas personas celebrando la derrota de Ganondorf en el rancho Lon-Lon.
Hasta aquí mi pequeño (y tardío) homenaje al juego que hizo que hoy me encante este hobby. No es como querría hacerlo, pero la falta de tiempo ha hecho que este texto sea más corto de lo me gustaría, aun así, espero que sirva como una pequeña carta de amor a ese juego que definió una manera de hacer los Zeldas (y otra muchas aventuras) durante mucho tiempo.