Me volví a enamorar de la saga gracias a ellos.
Publicado por Sergio García Esteban el 16/10/2023
Si escucháis los podcasts, habéis visto alguno de los directos que hago o, simplemente, habéis seguido mi trayectoria algún momento, es probable que ya sepáis que llevo jugando a Pokémon toda mi vida, desde que salió la primera generación. Lo que quizás no sepáis es la historia que os voy a contar hoy aquí.
Unas navidades, mis padres me regalaron Pokémon Amarillo y me pasé todas las vacaciones enganchado a mi Game Boy, recorriendo Kanto acompañado de mi Pikachu. Podría haber sido un juego más, pero lo cierto es que ese momento cambió mi vida de gamer para siempre.
Me he tirado prácticamente toda mi vida jugando a Pokémon, frikis. Y sí, digo “prácticamente” porque, durante algunos años, abandoné la saga y, bueno, prácticamente los videojuegos (¿os imagináis lo que hubiese pasado si no hubiera vuelto a jugar a videojuegos? No existiría ‘Palabra de friki’ y, probablemente, hablaría en este blog de contabilidad y haría chistes del tipo “¿qué te cuentas?” todo el rato).
He de decir que nunca dejé los videojuegos del todo, pero tan solo le dedicaba unas pocas horas a jugar a mi PS3, la consola del momento junto con Xbox 360 y WiiU. Tenía una Nintendo DS, pero no había jugado ni a Diamante y Perla, ni a Blanco y Negro. Eran tiempos oscuros, no os voy a engañar.
¿Por qué dejé de jugar a Pokémon? Lo cierto es que no hubo una razón aparente. Cuando salió la cuarta generación, no me compré una DS al instante, así que no pude jugarlos cuando se pusieron a la venta. El tiempo pasó, no había nadie a mi alrededor que jugase a estos títulos y, poco a poco, fui perdiendo el interés. Pero, por suerte, todo cambió con Pokémon X e Y.
Como quizás ya sabéis, estos juegos, que supusieron la llegada de la saga principal a 3DS, salieron a la venta el 12 de octubre de 2013. Recientemente, han cumplido 10 años, por eso os hablo hoy de ellos aquí, frikis, y os cuento la historia de cómo volví a amar a los monstruos de bolsillo.
Corría el año 2015, acababa de cambiar de trabajo y, por suerte para mí, tenía un sueldo mayor. Por ese motivo, decidí darme un capricho y comprarme una nueva consola. Fui a la tienda con ilusión y allí la vi, flamante y con un pack muy llamativo. No me lo pensé dos veces, agarré la caja, pagué… y salí del establecimiento con mi nueva PlayStation 4.
Ahora bien, ese día, además de comprarme el último modelo de Play, me llevé algo más. Antes de salir, decidí darme una vuelta por la zona de Nintendo. Había salido, tan solo unos meses atrás, la New Nintendo 3DS XL edición especial de Majora’s Mask y me tentaba muchísimo. Eso sí, como ya me iba a llevar la Play, al ver el precio de esta otra, opté por una opción más económica y me compré una 2DS (ahora, que estoy independizado y tengo dos perros tragones que alimentar, no podría hacer lo que hice, creedme).
Los meses pasaron, disfruté mucho de mis dos nuevas consolas y volvió a despertar en mí ese lado más jugón. Una tarde, tras una buena sesión de vicio, recordé que también había juegos de Pokémon para 3DS (estaba muy fuera de ese mundo, así que apenas sabía nada de los nuevos títulos de los monstruos de bolsillo). Busqué por internet, vi un gameplay en YouTube de Pokémon X e Y y me encantó, tanto que, a los pocos días, ya me había hecho con una copia del Y.
Puede que estos juegos no fueran perfectos, pero a mí me hicieron sentirme como cuando era niño y me convertí, por primera vez, en campeón de la Liga. Disfruté de cada uno de los rincones de Kalos, aluciné con la megaevolución de Charizard (por supuesto que le dije al profesor Ciprés que me entregara a Charmander, ¿qué esperabais?), me enamoré de Sylveon y del nuevo tipo Hada y recordé lo mucho que me gustaba jugar a Pokémon.
Unos meses atrás, me reencontré con un viejo amigo con el que había perdido el contacto. Cuando éramos más pequeños, entablamos amistad gracias a Pokémon y jugábamos juntos a este juego; nos intercambiábamos monstruos de bolsillo y aprendí de él las bases de la crianza y el entrenamiento. Tras años sin saber nada el uno del otro, coincidimos un tiempo en un trabajo y nos dimos los números.
Aunque no teníamos la misma relación que antes, a raíz de jugar a Pokémon Y, decidí escribirle (o tal vez me escribió él; no recuerdo los detalles exactos, han pasado ocho años). Le pregunté si quería echar un combate y, a los pocos minutos, estábamos con nuestras consolas en la mano, hablando por el chat de voz que tenían Pokémon X e Y. Desde entonces, nos hemos vuelto inseparables y, de hecho, fue mi padrino en mi boda.
Gracias a Pokémon, y a retomar la saga con X e Y, he conocido a gente maravillosa con la que he podido jugar y compartir momentos inolvidables.
En los últimos años, he disfrutado mucho de Leyendas: Arceus y de Escarlata y Púrpura con mi mujer (nos hemos tirado hasta altas horas de la madrugada para completar la Pokédex y atrapar shinies, tendríais que haberlo visto).
Todo esto comenzó con un regalo de Navidad hace más de veinte años, pero, de no haber sido por Pokémon X e Y, sería simplemente un bonito recuerdo. Siempre digo que una película, un libro, un videojuego, etc. nos puede gustar no solo por el valor de la obra en sí, sino también por el momento personal en el que lleguemos a ella. En mi caso, le guardo especial cariño a Pokémon X e Y no solo por lo que han supuesto como juego para mí, sino también por todo lo que ha llegado después gracias a ellos.
¿Qué opinión tenéis vosotros de estos juegos? ¿Guardáis especial cariño por una saga a raíz de una situación personal? Contádmelo todo en RRSS.