Un pequeño homenaje a uno de mis mangakas favoritos
Publicado por Sergio García Esteban el 18/03/2024
El pasado 8 de marzo saltó la noticia: Akira Toriyama, el reconocido artista y diseñador de personajes, había fallecido el día 1 a los 68 años de edad. El creador de Dragon Ball, Dr. Slump y muchas otras obras nos dejaba demasiado pronto y, con él, se llevaba una parte importante de la infancia de todos aquellos que crecimos viendo por televisión las aventuras de Goku y compañía.
Se ha hablado mucho en estos días de su obra, del legado que deja, incluso se ha especulado con todas las ideas y proyectos que tenía en mente y que, por desgracia, nunca veremos. No quiero comentar aquí todo eso aquí, frikis, sino que voy a centrarme en algo más personal. Hoy, voy a dedicar las líneas de este post a contaros lo que, para mí, supuso descubrir el trabajo de Toriyama, el mundo en el que me introdujo y todo lo que descubrí gracias a él. ¿Estáis listos? Comenzamos con el artículo.
En esta última semana, he comentado en varias ocasiones el primer recuerdo que tengo de Dragon Ball, la obra con la que descubrí el anime y manga en general y a Toriyama en particular. He hablado de ello tanto en Twitter como en Desvariados, el podcast que comparto con mi amigo Ugo sin hache, al que le mando un saludo desde aquí. Aun así, quiero tratar este tema de nuevo, y extenderme un poco más, en las siguientes líneas.
Recuerdo con bastante nitidez aquel día. Era pequeño, llevaba un rato despierto y dando vueltas en la cama, así que decidí levantarme. Debía de ser fin de semana, porque mi hermano mayor (yo soy el pequeño de tres chicos) estaba sentado en el sofá, todavía en pijama, viendo la televisión.
Mi madre hablaba por teléfono, así que, antes de darle los buenos días a ella, decidí acercarme a él y preguntarle qué eran esos dibujos que le tenían embelesado. Su respuesta fueron tres palabras que, sin yo saberlo, me iban a abrir la puerta a un mundo maravilloso: "Bola de Dragón".
Por supuesto, me acuerdo del capítulo que estaban retransmitiendo. El Maestro Roshi había aceptado a Goku como discípulo, pero le había puesto una condición: debía llevarle a una mujer para que le hiciera compañía (eran otros tiempos, no juzguéis la trama. Aunque podría ser perfectamente el argumento de un episodio de La que se avecina, eso sí). El aprendiz le comunicaba que había encontrado una candidata y el maestro bailaba contento.
Así fue como descubrí yo Dragon Ball. No con un combate épico, ni siquiera con una de las múltiples transformaciones que ha tenido nuestro querido protagonista, sino con un personaje secundario, que fue muy importante en los inicios de la serie pero que, poco a poco, fue perdiendo fuelle, bailando.
Más allá de esto que os comento, no sabría deciros si, después de ese espisodio, vi mucho más de Bola de Dragón ese día, si tardé o no en engacharme a la serie o si tan siquiera volví a pensar en ella en un tiempo. Solo se que, a raíz de ese momento, me picó el gusanillo por saber más sobre ese muchacho de pelo destartalado llamado Son Goku.
Sí que descubrí, aunque no recuerdo exactamente el momento, que el gran seguidor de Dragon Ball en mi casa no era mi hermano mayor, sino el mediano. Él me habló de la Onda Vital, del Superguerrero (vimos la serie doblada al castellano, así que tuvimos todas esas palabras, que a día de hoy pueden resultar chocantes, pero que para nosotros eran de lo más normales) y de villanos tan poderosos como Piccolo, Vegeta o Freezer. Creo que fue ahí cuando me hice verdaderamente fan.
Recuerdo con mucho cariño pasar tardes enteras jugando con él. Mi personaje favorito era Goku y siempre lo elegía, pero tiempo después llegó la saga de Cell a televisión, descubrí a Trunks del futuro y mis preferencias cambiaron. Honestamente, creo que me gustó más porque también podía transformarse en Super Saiyan y, además, llevaba una espada.
Por supuesto, intenté en incontables ocasiones lanzar un Kamehameha; creía que, si ponía los dedos índice y corazón en mi frente, cerraba los ojos y me concentraba lo suficiente, sería capaz de teletransportarme; me daba miedo mirar fijamente a la luna llena por si me convertía en un Ozaru y, cuando me enfadaba mucho, estaba completamente seguro de que me iba a transformar en Super Saiyan. Cosas de la infancia (bueno, a día de hoy, sigo sin mirar mucho a la luna).
No recuerdo el momento exacto en el que descubrí que esos dibujos que me gustaban tanto eran un anime, lo que sí se es que, gracias a ello, empecé a explorar este mundo y encontré obras maravillosas. Una de las primeras en llegar a mi vida fue Campeones (otra influencia de mi hermano mediano), con Oliver Atom, Mark Lenders y los campos de fútbol interminables, pero después vinieron muchas otras, como Pokémon (no se si lo he comentado alguna vez aquí o en el podcast, pero me gusta Pokémon), Digimon, One Piece o Naruto, por hablar de las más conocidas.
Aunque he descubierto animes con mejor dibujo y argumento que Dragon Ball, este siempre tendrá un lugar especial en mi corazón por ser el primero y por abrirme las puertas de un maravilloso universo que, quizás, nunca habría conocido.
Antes de hablar de otros temas, quiero hacer una mención especial aquí a dos obras del maestro que, si bien no han llegado a la fama de Bola de Dragón, fueron muy conocidas y a mí me encantaron. Estoy hablando, por supuesto, de Dr. Slump y Wonder Island.
La primera fue el trabajo que le dio fama a Akira y que, tal vez, a más de uno le pasó como a mí y se introdujo en ella a raíz de conocer Dragon Ball.
La segunda, Wonder Island, fue la primera obra publicada por este mangaka. Recuerdo leerla y disfrutar mucho con ella, aunque hace bastantes años de esto y su recuerdo no ha perdurado tanto en mi mente como las historias de Goku y compañía.
Más allá del manga y el anime, la influencia de Toriyama también me ha llevado a descubrir videojuegos verdaderamente interesantes. Nunca se me olvidará ese día que, mientras paseaba la sección de consolas y juegos de un centro comercial (no quiero decir el nombre porque no me apetece hacer promoción a Carrefour), me detuve en seco al ver la portada de uno de ellos y pensar "oye, ese se parece un poco a Gohan". Tenía delante de mí una copia de Dragon Quest VIII: El periplo del Rey Maldito.
Ya me gustaban los RPG, por lo que, al descubrir un título que combinaba este género con el diseño de personajes de mi querídisimo Akira Toriyama, no pude evitar comprármelo. Luego me enteré de que era una saga con más de una entrega, que contaba con juegos inmensos y... bueno, todavía hay algunos que no me he pasado.
Con el paso de los años, quizás por falta de tiempo, porque ahora doy prioridad a otras cosas o simplemente porque ha dejado de gustarme tanto, Dragon Ball y todo lo relacionado con Akira Toriyama ha ido pasando a un segundo plano en mi vida.
He de confesaros que, aunque he visto y leído bastante, no he seguido Dragon Ball Super de la misma manera que lo habría hecho cuando era más pequeño, que me compré con mucha ilusión Dragon Ball Z: Kakarot (bueno, me lo regaló mi mujer), pero no lo he terminado todavía y que Dragon Quest XI sigue estando en mi lista de títulos pendientes.
Eso sí, a pesar de ello, sigo emocionándome cada vez que se cuela en mi playlist algún tema del anime de Bola de Dragón (como, por ejemplo, esta canción, que he escuchado en bucle una y otra vez mientras escribía estas líneas), me quedo con ganas de comprarme una figura o camiseta más de Goku, Pikachu, Luffy y compañía y, siempre que, cambiando de canal, descubro que están echando algún anime, no puedo evitar verlo.
Como comentaba al comienzo de estas líneas, cuando, el pasado día 8, me levanté, entré en Twitter y descubrí que Akira Toriyama nos había dejado, tuve la sensación de que una parte de mí se había ido con él. Por ello, me gustaría concluir este texto agradeciendo la influencia que su obra tuvo sobre mí en mi infancia y, de manera más indirecta, tiene y tendrá en el resto de mi vida.
Hasta siempre, Toriyama, ahora estarás en el Otro Mundo con el Gran Rey Enma o con alguno de los Kaio. Aunque te hayas marchado, una parte de ti vivirá siempre en nosotros.