¿Soy un estratega o un desquiciado con fundas?
Publicado por Sergio García Esteban el 19/05/2025
Hace unos días, publicaba en Youtube un vídeo en el que os hablaba de mi experiencia durante mi primer año jugando Pokémon VGC. Pues bien, aunque tengo pendiente publicar otro hablando sobre mi andadura en el mundo del Pokémon Trading Card Game, quería aprovechar el post de hoy para traeros una pequeña reflexión sobre este tema.
Y es que hoy hace exactamente un año descubrí el mundo de las cartas Pokémon. Fue amor a primera vista… y ruina a primera compra. Desde entonces, mi vida se divide en dos grandes pasiones: buscar cartas y evitar mirar el extracto de la cuenta bancaria. Este es mi testimonio. Este es mi descenso (o ascenso, según se mire) a la locura de los cartones. ¡Vamos al lío!
La caja de inicio me miró desde el estante. “Solo cuesta veinticinco euros”, me dije. “Me sale mejor de precio que tomarme unas cervezas”, razoné (spoiler: ese día, me compré la caja y luego me tomé las cervezas). Y, efectivamente, era más barato. Lo que no sabía es que esa caja venía con algo más que cartas: venía con una adicción.
Poco después estaba viendo vídeos de mazos competitivos, aprendiendo qué narices era el formato estándar, y diciendo frases como “¿Jugar 4 e-Nigma? Obvio, ¿acaso tengo cara de novato?”. Un adelanto por si alguien no se lo esperaba: tenía cara de novato, y me la partieron en mi primer torneo. Pero ya estaba dentro.
Un año después, hago recuento: mi colección de cartas ha crecido más que mi fondo de armario.
He comprado más sobres que calcetines. Mis camisetas siguen siendo las mismas que usaba cuando Ash aún no había ganado una Liga. Mis pantalones están al borde del Knock Out, pero, hey, mi álbum está ordenado por tipo, rareza y expansión.
Es más, he tenido momentos de absoluta disonancia cognitiva:
“Esta camiseta tiene un agujero, debería comprar otra”.
Ve el nuevo set de Pokémon TCG y sus cartas ilustradas.
“Bueno, la camiseta aún aguanta… ¿verdad?”
Hagamos una comparativa honesta. Unas zapatillas decentes cuestan unos 60€, y su función principal es que camines sin destrozarte los pies. Felicidad que aporta: un modesto 6 sobre 10. Una sudadera nueva ronda los 35€, te protege del frío y, con suerte, del juicio social. Nivel de satisfacción: 5 sobre 10.
Ahora, una caja de sobres de Pokémon cuesta unos 180€ (tirando por lo bajo). ¿Caro? Tal vez. ¿Necesario? Sin duda. ¿La razón? Existe una remota posibilidad de que salga un Charizard brillante, o cualquier otra carta molona de la colección, que grite “tú vales” más fuerte que tu terapeuta. Felicidad: 17 sobre 10. Y por último, una carta secreta alternativa de 50 ó 60€. ¿Sirve para ganar partidas? A veces. ¿Sirve para enseñársela a tus amigos y decir “mira cómo brilla”? Siempre. Felicidad: 21 sobre 10 (pongo el ejemplo de una carta que me salió en un pack de presentación. No es de las más caras, pero al menos es una foto de una carta que está en mi colección).
Conclusión: la ropa está sobrevalorada. En el metajuego de la vida, una carta foil tiene más poder de atracción que unos vaqueros nuevos. Bueno, al menos entre otros frikis. En la vida real normal… quizá no tanto.
Hay dos tipos de personas cuando cobran:
Los que van a cenar fuera.
Los que piensan: “¿Y si ahora sí me toca el Clefairy ex de Lylia con arte especial?”
Y sí, he sido esa persona. Varias veces. Tantas veces que ahora podría empapelar una pared con cartas holográficas repetidas. Lo llamo decoration by dumb luck.
A veces intento justificarlo diciendo que las cartas suben de valor. Que esto es “una inversión a largo plazo”. Que estoy construyendo patrimonio lúdico, como si tuviera un metaplasma financiero hecho de cartón brillante. Que dentro de veinte años, cuando el mundo sea un erial y los bancos ya no existan, podré intercambiar un Charizard por una casa rural en Toledo.
Me consuelo diciéndome que las cartas no se deprecian como un coche, sino que ganan valor… o al menos mantienen su brillo. Porque eso sí: brillan. Y en esta vida, si algo brilla, ya vale más que una nómina.
Pero entonces abro el cajón de las camisetas y veo que tengo dos sin manchas: una con un Pikachu desteñido y otra que uso solo cuando sé que nadie me va a ver. Y justo encima de ese cajón, hay una caja llena de sobres, fundas premium, tokens metálicos y cartas repetidas que nadie quiere cambiar, ni siquiera por piedad.
Es en ese momento, con la camiseta rota en una mano y cuatro cartas de Zoroark ex de N en la otra, cuando entro en crisis existencial. ¿Estoy construyendo un legado… o solo acumulando cartón con glitter?
Y claro, para salir del bajón, ¿qué hago? Pues abrir otro sobre. Porque la única solución posible a este vacío existencial es… la posibilidad remota de que me toque una carta con arte alternativo.
Lo curioso es que no me arrepiento. En este año he conocido a gente increíble, he aprendido a leer el metajuego, he ganado (y perdido) partidas épicas y he descubierto que hay pocas sensaciones tan puras como robar justo la carta que necesitas.
Además, ¿quién necesita un jersey nuevo cuando puedes tener una jugada de Hydreigon que deje al rival sin aliento? ¿Quién quiere ir a la moda cuando puedes ir al local de juego con un deckbox molón, tu contador de daño y la ilusión de llegar al top en un torneo?
Así que sí, he gastado más en Pokémon TCG que en ropa este año. Pero también he ganado una comunidad, un hobby, un universo. Puede que mis camisetas estén ajadas, pero mis cartas están enfundadas con amor. Y al final del día, ¿qué es más importante?
¿Soy un estratega? ¿Un friki con mal criterio económico? ¿Un mendigo con mazo?
Quizá. Pero si robas bien en el turno tres y haces un buen setup… ¿a quién le importa?
Soy escritor y pokemaníaco. Publiqué mi primera novela en 2016 y, desde entonces, he estado dando vueltas por toda España, yendo de feria en feria, para hacer como Francisco Umbral y hablar de mi libro. Además de la literatura, también me apasiona el cine, las series y los videojuegos. Por ese motivo, decidí crear Palabra de Friki, un medio de entretenimiento donde hablar de todas estas cosas. ¡Sígueme en las redes para no perderte nada!